1/7/08

Leer y escribir, una historia de vida (III)


Durante los años de mi bachillerato, la lectura y la escritura se mezclaron con la taquigrafía, la contabilidad y la legislación comercial propios de la modalidad comercial que impartía el colegio. Aprender a escribir a máquina fue al comienzo un proceso traumático, pero una vez dominé la técnica, me desenvolví muy bien haciendo y presentando trabajos, entre ellos los “análisis literarios” que me asignaban en las clases de español. Recuerdo haber leído y hecho el respectivo trabajo de textos como “El alférez real” y “Pepita Jiménez”, así como de “Petróleo Colombiano, ganancia gringa”, que me introdujo en la comprensión de la problemática de la riqueza nacional y su constante apropiación por las multinacionales; y que discutí con particular interés en las clases de historia y economía política. Hoy percibo que en esos tiempos se engendraron mis primeras ideas políticas, que aún hoy mantengo y defiendo.


Mi abuelo, de quien llevo su nombre, igual que mi padre, era un sastre de esos que hoy casi no se encuentran, era un ávido lector de los pocos periódicos de ideas socialistas que llegaban y circulaban en el país en aquellas épocas. Pero también devoraba literatura, en sus últimos años, cuando la artritis no lo dejó medir y cortar paños, fueron varios los libros que leyó y comentó conmigo. Recuero especialmente la conversación que sostuvimos acerca de “El Perfume” de Suskind, la claridad y asombro que las imágenes de esta obra dejaron en nuestras mentes, las compartimos con especial emoción. Hoy, este libro sigue siendo uno de mis recomendados, aquel que salvaría del diluvio.


Cuando llegó el momento de decidir qué estudios universitarios iniciar, de nuevo la influencia de mi madre fue vital. Yo había decidido, hacía unos 4 años, que me inclinaría por las ciencias naturales, la biología en particular pero no tenía idea de en qué universidad. En primer lugar pensé en la Nacional, pero mi mamá dijo: “Usted que va a hacer con un título de Biólogo?, en cambio un Licenciado en Biología, siempre tendrá opciones de trabajar en un colegio”. Yo en verdad no tenía ningún reparo hacia la docencia, por el contrario la imagen respetable me mi madre maestra influyó en la decisión, así que entré a la Universidad Pedagógica, aprovechando además que existía una ley que eximía a los hijos de los educadores oficiales del pago de matricula, de modo que durante todos mis estudios no pagué más de $3000 cada semestre, por carné y seguro.


Las lecturas en la universidad incluían obras clásicas del pensamiento científico como “La lógica de lo viviente”, “El azar y la necesidad” y “El gen egoísta” y lógicamente las de los grandes pedagogos: Durkheim, Piaget, y otros. Hice mis primeros ejercicios de ensayo, tanto en el campo de las ciencias naturales como en el de las sociales y de la educación, y al decir verdad y modestia aparte siempre recibí buenos comentarios al respecto.

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