21/5/08

Leer y escribir, una historia de vida (II)

Pero volvamos y mi experiencia con la lectura y la escritura. Definitivamente, el Instituto Honda, era un colegio sui generis, cuando mi madre nos dejaba, camino a su escuela, el profesor Chacón apenas se estaba levantando, nos abría la puerta, prendía el televisor, en blanco y negro y nos dejaba viendo Televisión Educativa, mientras él se dedicaba a sus actividades personales. La mañana transcurría entre más televisión, algo de juego con los escasos compañeros y “tomar las onces”, al final de la jornada, cuando mi madre llegaba para llevarnos a casa, el profesor Chacón nos “tomaba la lección”, con la cartilla Coquito o alguna otra diseñada para el mismo fin. El profesor señalaba con un lápiz la imagen de una pipa y yo leía la palabra bajo el dibujo, con la letra p en rojo: “pipa”.

Terminado ese año, que vino a ser como una especie de lo que hoy llamamos Transición, mi madre me llevó a cursar primero en su escuela, con otra maestra, claro está. Ese año fue aburrido pues mientras mis compañeros hacían “aprestamiento” y comenzaban con las vocales, yo ya leía y escribía, de modo que a mitad de año me “pasaron” a segundo, como “asistente”, una figura que hoy no existe, pero como ese curso no lo hice completo, al año siguiente, lo tuve que repetir. El resto de la primaria, la cursé en Honda, en la Escuela Urbana de Varones Alto del Rosario, de donde salí a cursar el bachillerato en el Colegio Departamental Alfonso López Pumarejo, dirigido por hermanas de la presentación, pero con docentes al servicio del departamento.

Creo que en mi niñez y juventud, conté con bastante de lo que Bourdieu llama “capital cultural”. Mi padre siempre compró libros, a pesar de que la situación económica nunca fue boyante, cada vez que la industria editorial lanzaba una serie de literatura o de fascículos coleccionables casi de cualquier tema, el los iniciaba, algunos nunca los completamos, otros si pero en casa siempre hubo algo que leer y durante las comidas, ocasionalmente comentábamos lo leído, además mi casa siempre fue una especie de biblioteca comunitaria para los vecinos, los hijos de las compañeras de mi mamá y nuestros compañeros de colegio. Al fin y al cabo, en la casa de una profesora siempre hay libros para resolver tareas.

Entre el universo de libros que había en mi casa, ocupan un lugar especial en mi memoria dos colecciones importantes: La primera una llamada “El nuevo tesoro de la juventud”, una enciclopedia de 20 tomos, editada en México en 1975 y que distribuía sus contenidos bajo secciones como: Narraciones interesantes, el libro de los por que, el libro de la ciencia, los países y sus costumbres, el libro de las bellas artes, el libro de la poesía, libros celebres, etc. Me veo absorto entre sus tomos, teniendo mis primeros acercamientos con la mitología griega, con los clásicos literarios de todo el mundo, con las maravillas de ciencia y la tecnología y en fin con todos esos temas que además de servir muy bien para “hacer tareas”, ofrecían un verdadero deleite a la mente de aquel joven inquieto por el conocimiento que era yo.

La otra joya de mi biblioteca, la cual recién rescaté y hoy me acompaña en la casa donde veo crecer a mis hijos, es una hermosa edición de “El Quijote de la Mancha, en versión “comic”. Los personajes y las historias del ingenioso hidalgo se pasean dibujados a todo color, sobre fotografías, supongo de paisajes españoles y los diálogos aparecen dentro de los clásicos “globos” de conversación. Esta fue mi primera aproximación a la obra de Cervantes, que complementada con comentarios de mi madre, me motivaron a leer, algunos pasajes de este clásico de la legua de Castilla.

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